martes, 30 de septiembre de 2008

Edward Said y el Estado binacional.

Se cumplen hoy cinco años de la muerte de Edward Said.

El aniversario, como todos, sería banal si no fuera porque en el tiempo transcurrido las reflexiones de Said sobre Palestina han cobrado nuevos bríos. Said, más visionario que analista exhaustivo, y mejor polemista que teórico, se caracterizó siempre por su empeño en que se reconociera a los palestinos el derecho a contar su propia historia. Su experiencia vital de palestino y ciudadano estadounidense le dotó de una visión compleja del conflicto entre palestinos e israelíes.
En 1980, Edward Said fue pionero en defender el paso de la lucha palestina por la liberación nacional a la lucha por la independencia estatal, esto es, la necesidad de que la OLP aceptara la partición de Palestina y la solución de los dos Estados. Veinte años después, en 1999, señaló que el Estado binacional, se llamara como se llamara, Israel o Palestina, era, aun a largo plazo, la única salida del conflicto. Tanto en una como en otra ocasión, sus posturas levantaron enconadas críticas entre los poderes político e intelectual de ambas naciones, pero el paso de los años parece haber acabado dándole la razón: salvo la derecha sionista más ultramontana, hoy ya nadie discute el derecho de los palestinos a tener un Estado propio en los Territorios Ocupados por Israel en 1967. Sin embargo, esta solución se muestra, a la vista de los acontecimientos, cada vez más inviable, y adquiere protagonismo el convencimiento último de Said de que ambos pueblos pueden y deben vivir en el marco constitucional de un único Estado binacional en el territorio de la Palestina del mandato británico.

Cuando Said publicó The question of Palestine (La cuestión palestina, 1980), Fatah y el Frente Popular para la Liberación de Palestina, las dos principales formaciones de la OLP, le atacaron con virulencia por plantear la necesidad de reconocer a Israel y reducir el objetivo de la lucha nacional a la obtención de la independencia estatal en las fronteras de la resolución 242 de Naciones Unidas. Ya en 1978, Said había llevado a cabo cierta interlocución con la Administración Carter, que parecía interesada en incorporar a los palestinos a una suerte de solución conjunta con Egipto en el marco de la resolución 242. Según el propio Said, Arafat en persona le transmitió la negativa de la OLP a aceptar esos términos, en su opinión más justos y ventajosos para los palestinos que los aceptados en Oslo quince años después. Pero en los años transcurridos entre Camp David y Oslo, se hizo patente que la brecha entre la retórica sobre la liberación de la patria palestina y la realidad era insalvable: en 1982 la cúpula palestina hubo de abandonar por mar Beirut, asediada por el ejército israelí, y en noviembre de 1988 la asamblea del Consejo Nacional Palestino celebrada en Argel proclamó el Estado palestino en un documento que tácitamente reconocía la existencia de Israel y respondía a los retos de la reciente intifada.

Edward Said no llegó a formular sistemáticamente su visión del Estado binacional en el territorio de la Palestina histórica (el actual Israel más los Territorios Ocupados en Gaza y Cisjordania), pero sí la esbozó en varios artículos y conferencias. La idea y la práctica de la ciudadanía, y no de una comunidad étnica o religiosa, sería, según Said, el punto de partida para elaborar una constitución estrictamente democrática y laica, con iguales derechos y responsabilidades para todos sus ciudadanos, incluido el derecho de cada cual a practicar la vida comunitaria a su manera, judía o palestina. Las renuncias al estatuto especial de un pueblo a expensas del otro también serían mutuas: la Ley de Retorno de los judíos y el derecho al retorno de los refugiados palestinos se deberían reconsiderar y retocar conjuntamente; la noción del Gran Israel como tierra sagrada judía y la de Palestina como territorio árabe inajenable habrían de reducir su escala y exclusividad. Según Said, Palestina ha sido siempre una tierra de muchos relatos, multicultural, multiétnica y multirreligiosa, y la idea misma del Estado binacional hunde sus raíces en pensadores judíos (Judah Magnes, Martin Buber, Hannah Arendt) de la época de entreguerras.

En Culture and resistance (Cultura y resistencia, 2003), Said, a la vista de la realidad creada por la Ocupación en los últimos cuarenta años, resumió en cuatro los motivos por los que era ineluctable la solución binacional. En primer lugar, la geografía humana: los asentamientos y sus carreteras han imbricado de tal manera a ambas poblaciones que, salvo la imposible retirada total israelí de Cisjordania, toda solución que conlleve la segregación de israelíes y palestinos es inviable. En segundo lugar, la geografía económica: la recíproca dependencia económica (mano de obra palestina y territorios y servicios israelíes) impide un establecimiento de fronteras excluyentes que no fuerce la expulsión masiva de población. En tercer lugar, la realidad demográfica: Said auguraba que para el año 2010 israelíes y palestinos asentados en Palestina-Israel (que no judíos y palestinos del mundo) estarían igualados demográficamente, de modo que el apartheid en un territorio tan pequeño resultaría inviable en la práctica. Finalmente, Said argüía que la sociedad civil laica israelí estaba planteándose la necesidad de reconstruir la noción de ciudadanía a partir de derechos nacionales y no étnicos, dado el avance, por una parte, del poder ultraortodoxo, y, por otra, de las demandas igualitarias de los israelíes de origen palestino.

Aun reconociendo el carácter utópico de la solución, los escritos de Said insisten en que a largo plazo es la única posible, pues es la única justa y equitativa, y por ello la única que garantiza la paz. Para llegar a ella, es ineludible que Israel reconozca su responsabilidad en el sufrimiento palestino y ofrezca algún tipo de reparación, quizá a través de una comisión de la verdad y la reconciliación como la que hubo en Sudáfrica. El reconocimiento del derecho al retorno de los palestinos expulsados en 1948, uno de los mayores escollos para este proceso, podría abordarse a la luz de la necesaria revisión del derecho internacional sobre derechos de los inmigrantes, una propuesta novedosa que valdría la pena investigar.

La confianza de Said en el potencial del individuo como motor del cambio colectivo, en el papel del intelectual como agente del pensamiento crítico que promueve una conciencia social, no son ajenos a este planteamiento. Aun no siendo optimista sobre la inmediatez en los cambios de todo un sistema, Said siempre apostó por una ciudadanía alerta y concienciada, y desde el humanismo vital que practicaba creía que "palestinos e israelíes tienen que sentir que pueden y deben vivir en pie de igualdad -iguales en derechos, iguales en historia, iguales en sufrimiento- antes de que pueda emerger una comunidad real entre ambos pueblos".
No es que hoy haya más motivos para la esperanza, sí en cambio para la desconfianza ante las fórmulas ensayadas: la segregación demográfica y territorial naturalizada con el Muro, la bantustanización de Cisjordania y la disgregación de Gaza, el avance de la judaización organizada de Jerusalén, son realidades que, más allá de voluntades políticas concretas, hacen inviable en la práctica una solución que comporte la creación de un Estado palestino soberano. El colapso material y anímico de los palestinos se palpa en cada esquina. También entre los israelíes desprejuiciados y críticos ante las lacras del sionismo. De modo que lo que hasta hace un par de años era un tabú o el delirio de unos pocos radicales (Noam Chomsky, el activista e intelectual israelí Michel Warschawski o los palestinos Azmi Bichara y Mustafá Barguti) comienza a ocupar un lugar en lo futurible. La ciudadanía binacional de israelíes y palestinos en un futuro Estado único basado en la igualdad, en fronteras reconocidas por sus vecinos y en el destierro definitivo del pasado mitológico, habrá de ser abordada.
Luz Gómez García es profesora de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid.

LA OTRA OPINION.

Noticia recogida en Webislam

La idea comúnmente admitida es que lo que ocurrió el 11-S no es producto de Bin Laden, sino un golpe de los servicios secretos americano-israelíes

Un reciente artículo del Internartional Herald Tribune (9-9-2008) se hace eco de lo que, supuestamente, piensa el hombre de la calle en varios países musulmanes a propósito del terrorismo y de manera más particular del 11-S. La idea comúnmente admitida es que, en realidad, lo que ocurrió este día no es producto de Bin Laden, sino un golpe planificado y organizado por los servicios secretos americanos e israelíes. ¿Por qué? Para justificar primero lo que Estados Unidos y su aliado israelí querían desde mucho tiempo: la invasión de Iraq, el asesinato de Sadam Husein, después de la invasión de Afganistán y la dominación total sobre el petróleo árabe en Oriente Medio.

Prueba de esto, según esa visión, sería que, siete años después, los americanos no han logrado acabar con Al Qaeda, no detuvieron a Bin Laden, siguen ocupando Iraq con el apoyo de sus vasallos (todos los presidentes de Iraq estos últimos años son antiguos colaboradores de la CIA), se han apoderado, con Gran Bretaña, de las empresas petrolíferas iraquíes y, ahora, están haciendo lo mismo en el conflicto entre Georgia y Rusia. Apoyaron la provocación del presidente georgiano porque quieren fortalecer su presencia militar en Georgia e Ucrania para controlar los recursos energéticos de estos dos países. La guerra en 2006 de Israel en contra del Hezbolá libanés se explica de la misma manera: destrozar todas las fuerzas árabes que se pueden oponer a la dominación imperial americano-israelí en oriente medio.

El periodista americano añade que, cierto o no, esa interpretación existe y que los americanos no han hecho nada, concretamente, para desmentirla. Es más, todo lo que se ha hecho desde entonces en nombre de «la guerra contra el terrorismo» de Bush y sus seguidores fortalece esa interpretación.

Personalmente, debo decir que escuché esa interpretación en 2002, con motivo de una visita oficial a Egipto de la delegación Oriente Medio del Parlamento europeo. Un ministro egipcio, de los más importantes, nos dijo claramente: «Bueno, no sabemos realmente lo que ocurrió ese maldito día del 11-S, sólo sabemos que beneficia a los americanos y a los israelíes. Tenemos nuestras dudas sobre quién es el responsable de la masacre». El mismo ministro fue más explícito en privado, acusando a los servicios secretos norteamericanos.

Se sabe, por supuesto, que fueron árabes los autores directos del atentado, pero se cree profundamente que el cerebro era alguien distinto. ¡Es que es muy difícil imaginarse que, desde sus cavernas, Bin Laden hubiera podido planificar una acción tan perfeccionada y eficaz! Además, desde el 11-S, y pese a sus amenazas, Bin Laden no pudo atacar al territorio norteamericano. Esa interpretación es avalada por los propios gobiernos, pues permite desinflar el papel de héroe de los terroristas y de Bin Laden.
Lo que piensa la calle es compartido a menudo en muchos otros países del mundo. En Francia, por ejemplo, varios libros cuestionaron la incoherencia de la explicación americana sobre el 11-S. Incluso hubo libros acusando a los americanos de haber organizado una cortina de humo para no desvelar la realidad del 11-S.

Estas dudas parecen increíbles desde la opinión pública europea y más aún desde la de Estados Unidos. Pero no importa. Pues es emblemática de una realidad imaginaria que actúa como fuerza política en la opinión publica dentro del mundo árabe. Demuestra primero que EE UU, a causa de su política mundial, no pudo y no puede convencer que fue víctima de un ataque terrorista; segundo, que debido a la ausencia de prensa libre en estos países árabes y musulmanes, no se puede discutir esa opinión libremente; y tercero, que la incomprensión y el odio no se han reducido estos últimos años.

Esa visión del hombre de la calle es sólo un aspecto, pues también hay otra, según la cual Bin Laden es un héroe, un nuevo justiciero y que él, al contrario de los dirigentes árabes cobardes y vendidos a los americanos, supo demostrar que los musulmanes saben reaccionar cuando se les ataca.

Otro recuerdo personal. Un alto dirigente marroquí me contó, en 2001, pocos días después del 11-S, un chiste que corría en Marruecos. Una mujer pidió entrar en el hamam (baño turco). El portero le contestó que no era posible pues este día era un día sólo para hombres. Entonces la mujer le preguntó: «Está dentro del haman Bin Laden?». El portero, muy sorprendido, replicó que la pregunta era insólita y que, evidentemente, ¡Bin Laden no está dentro del Hamam! ¡Como podría ser esto! «Entonces -replicó la mujer- déjame entrar porque allí ¡no hay hombres!». Todo un programa, como se ve.
Así que, de hecho, no hay una, sino más exactamente dos interpretaciones corrientes en el imaginario del hombre común: considerar que los americanos y sus aliados israelíes son culpables y capaces de todo, y que los que se resisten a ellos no son los gobiernos, sino los islamistas. No es necesario precisar aquí que esta comprensión no significa ni que se les perdona a los terroristas sus acciones ni, más aun, que habría un acuerdo general con ellos. Lo que se dice es que en realidad estas acciones son venganzas irracionales, que castigan más a los musulmanes que a sus enemigos. Es muy raro encontrar gente que se felicita del terrorismo, pues este topa radicalmente con un credo muy arraigado en la conciencia de los musulmanes y árabes, o sea el respeto a los inocentes.
Ahora bien, sería completamente falso considerar que estos dos puntos de vista son los que configuran la opinión pública árabe. Lo que llama la atención es algo más grave: la indignación y el cansancio.

La indignación frente al discurso occidental, que está mezclando el Islam y el islamismo terrorista. Se culpa así, en especial en Europa, a toda la comunidad islámica para impedir su integración y para hacer crecer los prejuicios. Basta con ver las pantallas de televisión para entenderlo, sin hablar de las expresiones utilizadas por los periódicos y la elección de las imágenes, siempre mostrando las caras más feas o histéricas, fanatizadas, etcétera.
Y el cansancio, pues todo el mundo quiere acabar con este infernal enfrentamiento en las representaciones culturales e imaginarias. Acabar con la destrucción del pueblo iraquí, con el conflicto israelopalestino, con el apoyo a los gobernantes dictatoriales, con el cierre de las fronteras y la ausencia de libre circulación, con todo, todo, y vivir en paz. Es lo que a mí me llama más la atención cuando viajo por estos países.
La paz. ¿Sería la paz posible un día? Todo el mundo ve ahora que la famosa guerra norteamericana contra el terrorismo ha fracasado, después de haberse cobrado millares y millares de vidas. Pero, ¿qué hacen las potencias europeas para cambiar el rumbo de la política mundial? ¿Para poder un día convencer el hombre de la calle en El Cairo, Damasco, Bagdad, Argel o Rabat, que Occidente quiere realmente la paz?
Sami Nair es Filósofo, sociólogo y politólogo. Profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de París.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

POR SI FUERA POCO.


Las mujeres de EU que pelean en Irak y en Afganistán también deben hacer frente al acoso y a los ataques de tinte sexual. He recogido un par de artículos en los que se hablaba de estos acosos, pero existen más de 1000 informes de esta índole.

Pasaron seis meses antes de que Diane Pickel Plappert se animase a decirle a un terapeuta que había sido violada mientras servía en la armada de Estados Unidos en Irak. En ese lapso, comenzó a distanciarse de sus hijos y su vida empezó a deshacerse.

Carolyn Schapper dice que fue acosada en Irak por un compañero de la Guardia Nacional al punto que decidió cambiarse de ropas en la ducha por temor a que él ingresara en su cuarto sin anunciarse, algo que hizo en numerosas ocasiones.

Por si fuera poco el destrozo causado al patrimonio y la población iraquí, en esta guerra ilícita, como en tantas otras donde las mujeres han participado, se dan estos hechos horrorosos.
Las violaciones de guerra están a la orden del día en Irak y Afganistán, ya no por parte del “enemigo”, sino por parte de los propios compañeros militares.

Cómo debe ser de frustrante el estar destinada en tierra de nadie, sabiendo que eres parte de una cortina de humo para conseguir el oro negro, matando y privando de libertad a un pueblo que agoniza entre guerras civiles, atentados y luchas diarias por sobrevivir y que encima tus compatriotas crean que estás ahí sólo y exclusivamente para el deleite de su género.

La situación de las mujeres militares es un tanto peliaguda. En un sistema androcentrista como es el ejército, la mujer está destinada a desempeñar un papel secundario y subordinado. El caso es que si el ejercito Americano trata de esta forma a sus iguales, no quiero ni pensar el trato que podría recibir una iraquí.